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WebQuest Lenguaje Lengua Castellana ¡Conéctate: Lee, Piensa, Crea!

¡Conéctate: Lee, Piensa, Crea!

Publicado el 14 Septiembre de 2012

Autor: Dubelys Delgado De la Ossa

Introducción

Trabajaremos un proceso que hace parte de la competencia de análisis.

La comprensión lectora, aspecto importante ha desarrollar en muchas personas.



                                               

¿Por qué se crea?

Esta WebQuest se crea con el fin de desarrollar el proceso "Comprensión Lectora", aspecto que hace parte de la competencia de análisis, todo esto mediante la ayuda de recursos visuales-interactivos, ofreciendo asistencia en el desarrollo de dicha habilidad.                                                                       

En la ayuda que ofrece esta WebQuest las personas se darán cuenta lo esencial que es tener una buena Comprensión Lectora.

 

                                     

 

ASUNTO IMPORTANTE: Estamos buscando personas de todo el mundo que quieran hacer parte de algo llamado “Colepic”. 

¿Qué es Colepic? 

Colepic es un comité de lectores que a partir de lo que aprenden, les enseñan a otras personas la importancia de desarrollar su comprensión lectora.

¿Qué debes hacer?

¡Formarte como un integrante de este comité!    

Para ello requerimos que trabajes junto con nosotros y desarrolles lo que sigue a continuación.  

RECUERDA: “Lo que aprendes debes transmitirlo de la misma forma”  

Ficha técnica

Área:Lenguaje

Asignatura:Lengua Castellana

Edad: No hay restriccion de edad

Herramientas:

Auto Aplicaciones

Blogs

Calendarios

Encuestas

Escritura colaborativa

Fotografía

Gráficas

Infografías


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Tarea

Haz el trabajo en grupo… Busca dos personas más!


RECUERDA: “Entre más personas involucres, mejor puedes entender el desarrollo de esta WebQuest”.


-Lee: sobre la relevancia que tiene la competencia de análisis en la vida cotidiana de las personas.

-Piensa: de lo que leíste, qué fue lo que más te llamó la atención.

-Crea: un pequeño resumen (1 hoja), sobre la importancia de desarrollar esa competencia y por qué motivos se debe desarrollar desde edades tempranas.

Este resumen será publicado en nuestro tablero informativo. ¡Trata de que tu informe sea el publicado! 


                             

 

Lee: Este documento... Es Interesante!

Piensa: En los párrafos más significativos del texto. Indéntificalos! 

Crea: Un comentario expresando que opinas de lo que leiste.

 

 

EL ESPÍRITU ETERNO

Elena Jiménez Pérez


Dios creó, pues, al hombre, a su imagen, conforme a la imagen de Dios lo creó, y los creó macho y hembra. Dios los bendijo diciéndoles: «Tened fruto y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad en los peces del mar y sobre las aves del cielo y sobre todos los animales que reptan en ella».

Génesis 1,27-28.


Dijo luego el Señor Dios: «No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada».

Génesis 2,18.


Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras este dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar.

Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre.


Génesis 2,21-22



1


Sabe a sangre. No es el dulzor de la sangre limpia sino una mezcla salada que graba una sensación a metal en el paladar porque está mezclada con sudor. Igual que el sabor que deja una pequeña herida en la mano cuando la introduces en la boca, un sabor agradable que dilata las papilas y aumenta la segregación de saliva. Una sensación leve pero intensa cuando succionas un corte en un dedo, un acto reflejo. Sabe a sangre porque es tan denso el olor que se introduce a borbotones por la nariz y la garganta, como el vapor caliente de una olla con caldo hirviendo cuando la destapas. «Huele a muerte» diría cualquiera. Y así sería si la muerte tuviera olor.

 No me puedo mover, el frío entumece todos y cada uno de mis músculos aunque no lo sienta, se me va el calor, percibo cómo se escapa por la boca y por la nariz y por las manos, y por mis heridas; sintiéndose libre y feliz de alejarse de mí sin que yo pueda hacer nada por evitarlo. El pelo pesa demasiado por culpa de la humedad que empapa el ambiente y eso dificulta aún más la respiración. Yazco sobre la hierba roja por la sangre y veo a tantos caídos a mi alrededor que la gran falda de la montaña se me antoja pequeña y claustrofóbica. Me veo como en un espejo en el que sólo se reflejan los ojos turbios y de luz tenue que se van apagando y ni la lluvia que ha comenzado a depurar el ambiente es capaz de limpiar el légamo en mi vista. Cuerpos seccionados y mutilados, órganos fuera de su cavidad natural, vísceras humeantes desparramadas por el suelo y otras no tan humeantes comienzan a apagarse con las primeras gotas de lluvia. No se podría adivinar si esos cuerpos son humanos siquiera. Y no me puedo mover, sólo ver cómo el agua cae a pedacitos sobre los ojos sin causar dolor, observar la destrucción que parece querer arraigar en la tierra con cuerpos esparcidos en fragmentos desiguales que se clavan en el barro; y sentir como me abandona la vida, hastía de las cadenas de carne que la abocan a una existencia decrépita tutelada por el exterminio de su libertad. Y esa nube que ha enfriado la batalla concluida se aleja temerosa ante una escena de semejante calibre. De pronto siento cómo todo ese calor, toda esa vida, toda esa energía que se empeña en dejarme en la estacada sólo está siguiendo su curso natural hacia otra fuente, pero no puedo verla, solo es luz que lo inunda todo, brillante, blanca...

 

-Herr Kennen, puede comprobar que estoy realizando una traducción moderna del texto primitivo como usted encargó; hemos descubierto que el manuscrito es de un canónigo del siglo XIII. Hizo de scriptoris para un caballero cristiano herido en la mayor batalla de la historia de las Cruzadas. Aunque no guarda relación con los cantares de gesta típicos de la época. Es una especie de diario...

-¿Qué batalla?

-La de las Navas de Tolosa, herr  -contesta el traductor alemán.

-Recopile información sobre esa batalla y hágamela llegar.

-Sí, herr Kennen. ¡Heil Hitler!

El compañero francés del traductor mira indiferente al oficial y se niega a saludar en alemán. Herr Kennen permite el acto de soberbia al galo ya que espera que elaboren entre los dos expertos un informe lo más rigurosamente posible sobre lo que él había hallado.

Heil mein Führer! -saluda Kennen sin mucho entusiasmo antes de marcharse.

El oficial alemán sale de la basílica Sacre Coeur, en Montmartre, y baja su larga escalinata; encamina sus pasos a su mansión en las afueras de París pero cambia de opinión al poner el pie en el último escalón del edificio que acaba de abandonar. Accede al Bulevar de Clichy y se deja llevar en movimientos semejantes a un autómata sin destino. Le apetece pasear con la luz del atardecer tiñéndolo todo. Perdiendo los pasos conforme los deja atrás llega, un largo rato después, ante un precioso edificio neoclásico, el palacio Garnier. Y allí se encuentra con una peculiar escena.


Una mujer de espaldas a él con los brazos en jarra ladea la cabeza ante unos trabajadores que tratan de bajar un piano de un camión de cualquier manera.

-Ntschntschntsch -chasquea la lengua mientras mueve la cabeza confirmando el diagnóstico negativo.

Con gran agilidad la mujer sube al vehículo donde transportan el piano de cola, abre la tapa y comienza a tocar algo desconocido para todos los presentes mientras tararea; es una música semejante a una nana. La ejecuta con tal acierto que los operarios encuentran lógica su negativa: una melodía tan sencilla y armoniosa que ensimisma a todos.

-¿Comprendéis ahora por qué así no? Ni se os ocurra arrastrarlo y si lo izáis usad mantas para no arañar la madera.

La mujer continúa su camino sin advertir en los demás espectadores ningún atisbo de interés ya que el suceso del piano ha sido una pausa fortuita en lo que ese día le depara el destino.


-Buenas tardes, herr Kennen, bonita melodía ¿no? -saluda un oficial alemán haciendo notar su presencia en la escena que acaba de ocurrir.

-Buenas tardes, mariscal Keitel. Bonita, sí -corresponde al saludo del Jefe del Estado Mayor sin mucho énfasis a causa de la antipatía recíproca.

En vista de su desgana Wilhelm Keitel continúa su trayecto sin intención de terminar despidiéndose, sólo un mohín vago de adiós.

Sin saber por qué herr Kennen decide seguir a la joven con el único propósito de verle la cara. No le importa si es guapa o fea, solo quiere ver la cara de una persona con tanta asertividad. Retrocede sobre el camino ya andado cuando observa como la viandante guía sus pasos para subir al norte de París, de vuelta otra vez a la encantadora zona de Montmartre.

La mira de espaldas y le llama la atención una pulsera que no tiene nada extraño si no fuera porque la lleva en el tobillo derecho. Al girar una esquina aprovecha para adelantarla pasando tan cerca de ella que roza su vestido, pero no consigue su propósito ya que alguien la llama por su nombre y se vuelve a girar en el momento más inoportuno para él. Comienza a ponerse nervioso y al intentar sacar tabaco del bolsillo nota cómo se le cae algo. El perseguidor se agacha para buscar qué ha podido caer y cuando se levanta se encuentra que la mujer está otra vez de espaldas y se aleja. Sólo se queda con el leve olor a flores de su perfume, con que se llama «señorita Mun» y que de la tobillera en la que antes fijaba su mirada cuelga un trébol de cuatro hojas con una especie de dragoncillo grabado en lo que simula ser el envés.

Sin moverse de su sitio observa a pocos metros la nueva situación en la que de nuevo es protagonista la chica.

Ella saluda a un adolescente con dos besos en la cara y tan pronto como el muchacho le entrega un paquete se despiden sin más conversación. Únicamente una mirada de complicidad y una pequeña sonrisa compartida como adiós. El muchacho emprende una carrera más que sospechosa después de entregar el paquete a la mujer. Más motivos de curiosidad que provocan un firme deseo en el alemán de desentrañar tanta incógnita.

Pero no es el único que ha contemplado la escena a distancia y se percata de que una patrulla de paisanos la paran pocos metros después exigiéndole que le expliquen qué hay en el paquete y quién es el chico que se lo ha entregado.

La situación se tensa, la mujer no habla ni gesticula, una mirada fría clava al soldado que la amonesta y cuando el señor Kennen se decide a intervenir los nervios se han crispado tanto que el militar sube su rifle y la apunta.

-Contesta, coño -y la intenta empujar con el cañón del arma larga que empuña.

La joven sigue sin moverse a poca distancia del rifle que le apunta; levanta una mano y agarra el cañón del arma subiéndolo por encima de su hombro.

-Maldita zorra francesa...

Instintivamente la mujer aprieta la mano sin desasirse del cañón mostrando enfado solo en los ojos.

-Española... Zorra española.


De repente, el soldado siente un chispazo eléctrico y mira extrañado el arma. Una especie de corriente estática acaba de atravesar el metal del rifle a la vez que suelta una luz blanca, como chiribitas, parecidas a las que se escapan en el trabajo de soldador.

Ella sube la otra mano donde sujeta el paquete y se lo entrega al soldado. Éste suelta el rifle y de un impulso lo vuelve a la espalda donde colgaba antes de usarlo para asediar a la mujer. Abre el paquete y comprueba que no es más que un pastel. Con arrogancia vuelca la envoltura y el pastel resbala hasta el suelo, luego suelta el paquete y va a parar justo encima del dulce. Le da un pisotón sin dejar de mirarla. Ella ni se inmuta.

El militar hace un gesto a sus compañeros para retirarse con tan mala suerte que pisa restos del pastel y cae. Todo es tan ridículo que sus compañeros se ríen, pero no la mujer. El nazi llama la atención a sus compañeros para que guarden la compostura y cuando se gira para volver a arremeter contra la española ya no está.

El oficial alemán se encuentra apoyado en la esquina fumando. Al final no ha intervenido. Ya ha conseguido lo que quería. Y con la grata sorpresa de que, como imaginaba, la señorita Mun es bastante atractiva. Labios carnosos y homogéneos, ojos grandes y rasgados, nariz pequeña pero no demasiado; unos rasgos armoniosos. Pero lo que más le ha llamado la atención es que su plante rebasa las lejanas fronteras de la irreverencia. Interesante.


En la esquina donde está fumando el oficial hay un viejecito del tamaño de una mentira piadosa barriendo la parte de la calle que corresponde a la entrada de su negocio. Es un personaje un tanto divertido, medio jorobado y con un extraño sombrero negro con un rabito que culmina el centro de la gorra,  una boina vasca. En la boca sostiene un palillo. Se para, sujeta el mondadientes con una mano aparentemente para retirarlo de sus labios y farfulla una frase sentenciosa con toda la intención de que la escuche el señor Kennen.

-Con dos cojones -mira al alemán de soslayo despectivo-. Ésta es de Vitoria parriba... Seguro.

Frunce el ceño mientras desprecia las palabras del anciano. Una repentina idea le sobresalta: puede adelantarse a su curiosidad si consigue alcanzarla y ver dónde vive o dónde va.

Retoma el itinerario por donde se imagina que puede alcanzar a la mujer y aligera el paso a ritmo militar. Efectivamente, la señorita se está adentrando en la zona más popular y artística de la París bohemia. Entra en un edificio no demasiado vulgar que se divide en numerosos apartamentos, subiendo unas escaleras alcanza a ver que se adentra en una estancia del primer piso. A una distancia prudente se enciende un pitillo y se lo fuma inhalando profundamente cada calada, con tranquilidad, disfrutando del momento. Casi como una victoria en campo abierto.


2


La luna en avanzado cuarto creciente todavía permite que algunas estrellas muestren su luz. Son como bombillas que iluminan las ideas del señor Kennen. Esta vez sí dirige sus pasos hacia su mansión en las afueras de París maquinando cómo propiciar un encuentro fortuito con esa mujer. Aunque no sabe nada de ella, sólo dónde vive y poco más. Quizás enviar a alguien para que estudie sus movimientos podría solventar ese pequeño obstáculo, para algo está el poder, para conseguir lo que se quiere, y si hay algo que no le falta a los alemanes a esas alturas es poder, mucho menos a un militar de su calibre y valía.

Es curioso que no pueda quitarse la imagen del rostro de la mujer de su cabeza y, sin embargo, se le difuminan sus rasgos en la memoria. Será cauteloso, enviará a alguien para que vigile a su presa durante unos días, los suficientes para componer un perfil completo de la vida de la desconocida.


Marina deja las llaves en la cómoda que está cerca de la única puerta al exterior del apartamento. Es un inmueble en dos ambientes: el baño completo y el dormitorio que hace las veces de sala de estar con una pequeña chimenea. Es pequeño para ser una casa pero grande para ser una simple habitación. El apartamento contiene poco mobiliario, pero bastante moderno. El estilo de las Arts Décoratifs rezuma por todos lados. Las líneas rectas, puramente arquitectónicas, funcionales, respetan las líneas geométricas con ausencia casi total de ornamentación. Muy acorde con la indumentaria habitual de Marina, aunque a veces se permita extravagancias un tanto góticas.

A un lado reposa una mesa baja y un par de sillones fabricados con maderas frutales, con sus características tonalidades claras. El tapizado de los sillones es de lana exceptuando una silla solitaria que se encuentra entre la cama y la sala de estar que recrea combinaciones de cueros repujados, con diseños geométricos. En un lateral de la zona del dormitorio una cómoda en ébano de Macasar, herrajes de plata y tiradores de marfil conforma la única herencia que arrastra donde quiera que va. La cómoda alterna con una mesita de noche de madera de cerezo con herrajes de bronce plateado y tiradores de vidrio.


Se descalza como de costumbre, para darse esa libertad subjetiva y subliminal que desata el involuntario fluido de endorfinas en el cuerpo y, como consecuencia, un estado de felicidad que dura poco más que un suspiro. Se quita la ropa y la deja ligeramente organizada sobre la silla con respaldo de piel y echa agua fresca en una jofaina donde se enjuaga la cara, el cuello y los brazos. Coge el libro que había empezado a leer días atrás y retoma su lectura con una relajación merecida. Esa noche no asistirá a ninguna de las fiestas privadas en las que pululan alemanes por doquier.

Un vuelo mental le sobreviene antes de comenzar a leer. Trae la secuencia reciente a su mundo en la que Pablo le ha hecho darse cuenta de que ninguno tiene ni patria ni dios ni rey y de que son dos supervivientes más de la ponzoña de la guerra, una guerra perpetuada de nacional a mundial que los ha desterrado, en mejores o peores circunstancias económicas, como a otros tantos.

-Pero vamos a ver criatura creadora del cielo rosa y la tierra azul y de tantos ángulos protestones ¿me quieres escuchar?

-No empieces Marinita, que eres tú muy joven para andar dirigiendo la vida de los demás, en especial la mía, que llevo mucho mundo visto ya. «Pesada...», piensa.

-¡No estoy dirigiendo nada, hostias! Y más pesado eres tú.

-¡Niña! Con el carácter... A ver si te controlas un poquito.

-Mira quién fue a hablar, como si no supieras que lo da la tierra.

-¿Será posible?, es que no sé qué voy a hacer contigo. Déjame que estoy pintando... Coño de niña...

-Solo quiero que nos vayamos a España, tú ya has sido allí director del Museo del Prado, esa es nuestra tierra y...

-Y dale que es tarde; que no te enteras, que nos han denegado la nacionalidad aquí a los dos y allí está la cosa aún peor. ¿No sabes lo que pasa o qué? Se llama guerra. Además una detrás de otra. Yo ya tengo mi vida hecha en Francia y los alemanes casi ni me estorban. Tú deberías hacer mutis por el foro y protestar menos en público que te vas a buscar... nos vas a buscar un buen lío.

-Pero si tú no sales de un escándalo cuando ya estás en otro...

-A ver, si te quedas te vas quitando la ropa y te unes al cuadro pero a la voz de ya y si no vete con viento fresco que me estás empezando a tocar... El piano.

-Borde.

-Sosa.

-En éste no firmes Picasso, pon mejor Tarugo.

Se dan dos besos como si no hubiera pasado absolutamente nada y la discusión no hubiera existido y Marina abandona el estudio de Pablo.

-Mañana me paso.

-Ni se te ocurra, pesada. Pero...

-Ya, que te traiga bizcocho.

-...Tráeme bizcocho de la panadería del vasco, sí. No sabes lo fastidiosa que eres cuando terminas mis frases.

Después de rememorar aquel encuentro se da cuenta de que no ha vuelto a ver a su amigo, a su travieso hermano mayor, desde entonces.



3


Se enfrasca en la lectura por enésima vez del libro de poesías que le dedicó uno de sus amigos del Instituto Libre de Enseñanza. A pesar de ser mujer, siempre había conseguido moverse por los círculos culturales vetados a las mujeres siendo aceptada como excepción, como la niña mimada, como la hermana pequeña o, incluso, la hija de todos. Siempre abandonada, bohemia, en pleno ambiente cultural, feliz de estar allí. Desapercibida por todos, casi necesaria como entretenimiento, como juguete. No era frecuente que hablara si no le preguntaban, ni expresaba opinión alguna. Sin embargo, machacaba a sus amigos con preguntas insólitas, incluso tenía la mala costumbre de contestar con preguntas a preguntas. Todos eran como padres y hermanos mayores para «la pequeña». No hace tanto de eso.


El libro que sostiene lo ha cosido ella misma. Son hojas un tanto dispares manuscritas con sus poemas favoritos que habían ido escribiendo sus amigos, algunos ya desaparecidos. Miguel está muy enfermo y no sabe nada de él desde hace tiempo porque en la cárcel no permiten que se le visite.


Umbrío por la pena, casi bruno, 
porque la pena tizna cuando estalla, 
donde yo no me hallo no se halla 
hombre más apenado que ninguno...


Este poema le recuerda tanto su sufrimiento que es imposible deshacerse de la maldición postergada de la muerte, de su peso trascendental, de ese imán destructivo que nos une a lo que odiamos tan fuertemente que nos es imposible separarnos, y cuánto más nos intentamos alejar más nos estrangula con su agonía.


Sigue leyendo, esta vez a Pablo.


Me gustas cuando callas porque estás como ausente, 
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca. 
Parece que los ojos se te hubieran volado 
y parece que un beso te cerrara la boca...


Y no puede evitar que la imagen de Bob le revuele los pensamientos. Sus inocentes besos, robados en los escasos momentos en los que estuvieron juntos antes de que la batalla del Ebro se lo arrebatara, esa guerra estúpida en la que igual suerte corrieron sus padres. Un chico americano tan lejos de todo y tan cercano para ella, que fue su apoyo emocional, su mejor amigo ante todo, siempre riendo a pesar de las adversidades en los brevísimos instantes que compartieron en Valencia, coincidiendo en historias y miedos. Robert Hale Merriman, de las Brigadas Internacionales. Descanse en paz.


Caminante son tus huellas
El camino nada más;
caminante no hay camino
se hace camino al andar.


Siempre lee a Antonio para darse ánimos. Un paso adelante con su amigo que hablaba ese francés tan mediocre al principio y tan españolizado después, su «abuelito», como ella lo llamaba. Aunque la lectura del poema también le recuerda que en la vida hay círculos que se cierran, etapas que se abren y concluyen y de las que tienes que estar preparada para deshacerte; para comenzar otras nuevas por mucho que asuste lo desconocido.



Moreno de verde luna
anda despacio y garboso.
Sus empavonados bucles
le brillan entre los ojos.



Así veía ella a Federico, según sus propios versos... Ah, Federico. Otra vida extinta. Todo lo que ama parece desaparecer de su vida, alejarse de ella, de sus sentimientos, como si pudieran herir a los demás.


Se acuerda inevitablemente de cómo tocaba el piano con su amigo Manuel en su casa de Granada, cerca de la Alhambra, tan hermosa, de lo que disfrutaba con su piano y de lo que aprendió con él. Y también se acuerda de todos los esfuerzos que hicieron para evitar la ejecución de Federico, y de la muerte de su amigo fusilado terminando la noche de Santa Elena del 36. Aunque sonríe al recordar las palabras del poeta: «como no me he preocupado de nacer, no me preocupo de morir». Siempre se contagiaba de su vitalidad, que unas veces le subía sobre la cúspide acristalada de la cuna del mundo y otras le enviaba al abismo sentimental más fructífero literariamente hablando.

Y del doloroso exilio de Manuel, su maestro, a Argentina tres años más tarde. Se había quedado tan huérfana de todos, en el amplísimo sentido de la palabra. Tan sola en la vida, tan inmensamente repleta de nada. Se acuerda también de sus viajes vacíos a Barranquilla hacía pocos meses, a Los Ángeles y Nueva York semanas antes de regresar a París, a Buenos Aires, Montevideo, sus problemáticas escapadas a Asia... Perdida y sola por el mundo sin buscar nada ni a nadie. Era hora de descansar de tanto viaje, de asentarse quizá en España. Pero algo la retenía en París y hasta que no adivinara el qué no volvería a su tierra.

Tanto pensamiento y recuerdo le dejan exhausta y se queda dormida con el libro abierto encima del pecho.


4


Comienza a soñar y el sueño, caprichoso y con vida propia, mezcla recuerdos, pasiones, miedos, deseos y un sinfín de sensaciones que pertenecen a la propia experiencia y a la personalidad de Marina. Se ve en el sueño siendo una niña; y lo visualiza desde fuera, como un ser supremo que examina el sueño pero no lo vive en primera persona porque el protagonista del mismo no es una niña sino un dragón.

La primera vez que supo qué era un dragón su vida cambió por completo. Le impactó tanto la imagen romántica que se creó que supo desde ese mismo momento que la existencia, real o no, de un monstruo como ése le rondaría toda la vida y marcaría los acontecimientos más importantes de la misma.

Allí está ella, pequeñita, asumiendo un nuevo concepto animal inexistente. Lo imagina a su antojo. Es un ser increíble, impresionante y magnífico, la quintaesencia de la mitología animal a sus pies, un dragón tornasolado, de un brillante y perfecto azul violáceo al volar que se vuelve rojo anaranjado, como cobre derretido en el calor de las llamas al desplazarse sobre la tierra. Un escamoso animal que si existiera o hubiera existido, seguramente, pertenecería a una nueva categoría de reptiles voladores de inteligencia superior y fidelidad absoluta. Los ojos amarillos fulgentes, como el sol de verano, son profundos, serenos, observadores, sabios, carentes de mala intención, nobles como su estirpe. Detrás de la alargada cabeza luce unos pliegues solapados y móviles que expande a voluntad como una corona alrededor del cuello, como una gola que se acrecienta en la nuca y culmina en pequeños cuernos romos.

Está de pie ante ella, tres metros de alto, seis de largo hasta la punta de la cola, que termina en una especie de afilada flor de lis de la misma textura que sus garras, y más de tres mil kilos de mitología alada. La envergadura de sus alas es descomunal, y solo se atisba su tamaño cuando el animal las despereza momentáneamente, sacándolas de una coraza flexible y móvil de escamas, desplegando sus membranas y dejando transparentar los cartílagos que las une, como las alas de los murciélagos. Todas sus escamas son anchas pero acaban en punta y encajan unas sobre otras en capas de perfección térmica y defensiva, como labradas al fuego, en áspero bronce bruñido solo parcialmente. Las cuatro patas son del mismo tamaño aunque las extremidades superiores tienen movilidad de bastante precisión en los dedos a pesar de la membrana interdigital que presentan, y acaban semejantes a las garras de los gatos, en afiladas uñas retráctiles, perfectas garras de marfil. Las patas traseras son menos habilidosas pero igualmente prácticas para su función: soportar el peso de la colosal fiera, equilibrar su masa en aterrizajes ayudadas de la cola y propulsar despegues sin coger impulso en carrera.

La cara de la bestia tiene un hocico puntiagudo con bigotes flanqueado por dos capas móviles de escamas superpuestas en los carrillos. Estas capas y la gola se expanden cuando adopta actitud de defensa. Por otro lado, las orejas se pliegan y tienen pequeñas membranas y cartílagos al igual que las alas y también se expanden conjuntamente con los carrillos y la gola.

Lo imagina tan real que se acuerda de la textura de la piel de los camaleones. Un exceso de queratina se observa en la descamación inminente que comienza a delatar una pronta muda de piel.


Allí está, esbelto incluso con su inmensa corporeidad, como el Leviatán del Talmud con el que Dios juega en las tres últimas horas del día; tranquilo y leal como el Can Cerbero, fiero y trágico en su obediencia como el ángel del Nacimiento y arcángel de la Muerte.

Se miran sin que nada rompa la magia del momento, sólo una leve brisa que agita levemente el pelo de ella y los bigotes del dragón. Saben que son el uno para el otro, como dos enamorados, el complemento de la existencia de cada uno. Marina no existiría como es sin él y él simplemente no existiría sin Marina. Proyecta en el animal su necesidad de escapar de ciertas cuestiones y eso reafirma la necesidad de vivir creyendo en él. El dragón se inclina y ella sabe que la invita a subirse sobre su lomo y surcar los cielos.

Vuelan juntos hacia Málaga, el sur de España, desde el punto indeterminado de su inexistente dimensión mental.

El paisaje es un reflejo del estado de ánimo de Marina. Suaves montes cubiertos de almendros en flor alegran la vista. Al igual que consiguió en Medina Azahara el primer califa omeya de Córdoba, Abderramán III, la mano caprichosa de la naturaleza ha plasmado en los campos de almendros abandonados de la comarca de la Axarquía la sensación de una nevada en primavera. Algarrobos y encinas se mezclan entre esa multitud de almendros mestizando el paisaje. Y los olivos centenarios de caprichosas ramas con sus tétricas formas matizan la orografía del terreno. Algunos de esos olivos fueron plantados en la época de los Reyes Católicos y de Carlos I, incluso alguno ha sobrepasado los mil años, y han visto pasar a lo largo de los siglos montones de personas, hormigas para su existencia, seres mortales a los ojos de su longevidad perenne.


Pasea por el Boquete de Zafarraya, paraje que comunica la Axarquía con el altiplano granadino y recuerda la cueva donde prohibían jugar a los niños. Y vuela a la necrópolis fenicia de Frigiliana. Y moja pan en los molinos de aceite de Alfarnatejo y Mondrón, pueblo cercano a los Baños de Vilo, mientras el Pico de la Maroma, entre Salares y Canillas de Aceituno, les espera con el soberbio paisaje pedregoso, con su vegetación agreste que mancha de verde y marrón la vista acompañando a la cima a la aventurera mente que invade sus tierras, sus rocas. Desde allí puede ver África, el horizonte lejano difuminado en el mar. Bajando de nuevo, vuela a la Sierra de Jobo, que muestra su accidentado relieve kárstico salpicado de cortijos blancos. Un simpático intruso, habitual de esos parajes, aparece en el hombro de Marina: un reptil inofensivo, primo muy lejano de su dragón, que mueve sus ojos en forma de cono independientemente el uno del otro y que cambia de color en función de su estado anímico y del paisaje con el que quiera fundirse en camuflaje; un cauteloso y lento reptil que enrolla su cola y pinza con sus pequeñas garras aquello dónde se encuentre para no caerse; un gracioso ovíparo sordo llamado por los griegos «león de tierra». Y, casi por último, el extraño sueño, o lo que algunos quieren reconocer como un viaje astral, hace una parada en la Venta de Alfarnate, hospitalario mesón del siglo XIV por el que han pasado todos los hombres que se hayan tenido por bandoleros cabales, incluyendo al legendario Luís Candelas.


Retoman el vuelo y planean sobre el impresionante Jardín de la Concepción, esa amalgama de especies vegetales tan exóticas producto de una historia de amor burgués. Se posan, más que aterrizar, cerca del mosaico romano que muestra las hazañas de Hércules y descansan a la sombra de un gran árbol que enreda su tronco sobre sí mismo con gracia arquitectónica. Hay multitud de fruta fresca a los pies del árbol, parece una ofrenda, y los dos sacian su hambre importándoles un comino el posible sacrilegio de profanar el lugar. Descansan unos minutos oyendo el cantar de los pájaros que saltan por la vegetación y reemprenden el viaje.

Planean por encima de una vistosa construcción del siglo XI erigida sobre roca: la Alcazaba, la edificación militar musulmana más importante conservada en España. Situada en la falda del monte Gibralfaro, es una pragmática y sobria arquitectura militar con saeteras en sus torres albarranas y sus murallas almenadas. Desde los balcones de la fortificación palaciega las vistas de la bahía de Málaga son impresionantes y la niña se recrea en ellas mientras el dragón trata de no destrozar nada al ver el estado en que se encuentra la caveala orchestra y el proscenium del teatro romano contiguo a la fortaleza árabe. Todo parece perfecto cuando una tormenta estival amenaza sobre sus cabezas. El dragón sube por encima de las nubes durante escasos minutos pero hace demasiado frío para la niña que comienza a tiritar. Bajan rápido y planean, con mejor temperatura y sin lluvia, sobre un fascinante paisaje del Jurásico: el Torcal de Antequera, seguramente tan antiguo como los orígenes del onírico dragón.


Ya oscurece y sabe que el viaje tocará a su fin en breve; no le apetece comprobar que su dragón escupe fuego para iluminar un viaje nocturno. Se dirigen hacia la finca de Marina, cincuenta hectáreas en la zona de Cártama donde pasarán la noche tranquilos, a salvo de todo. El dragón no cabe en la casa pero le resulta inimaginable dormir separada de él. Arrastra una enorme manta hasta donde el animal se ha acuartelado y la deja extendida para mayor comodidad de la fiera. El dragón comprende la utilidad de la manta y se acurruca en ella, su enorme cuerpo la tapa por completo y no deja ver ni un ápice del tejido. La niña se acerca y siente el calor del dragón; lo acaricia, no está frío como otros reptiles, es cálido como un caballo. Marina acaba tarareando la canción que tocaba con su madre y ambos se quedan dormidos.



5


Al llegar a su mansión le encomienda la recopilación de datos, como lo llama él, a su secretario particular, Françoise, un franco anglo germano bastante más franco anglo que germano, poco dado a políticas, inteligente, culto y leal que lleva bajo su servicio más de diez años.

Siempre que lo mira en la distancia se detiene a pensar en la única falta que le encuentra, su homosexualidad, que en los tiempos que corren es una desventaja por muy en secreto que se lleve. No sabe por qué le consiente sus inclinaciones, tan depravadas a su entender. Françoise es discreto pero algunas veces se pierde, sobre todo en fiestas y reuniones sociales. Sí, le permite demasiados excesos, incluso le permite demasiadas salidas de tono en otros aspectos, como en los de dar consejos sin ser pedidos. Aunque siempre acierta.

-Quiero que seas todo lo rápido que te permita la discreción, me explico, toda la información que consideres oportuna y ninguna sospecha de que se investiga nada sobre nadie.

-No se preocupe, me hago cargo.

-Puedes retirarte, Françoise. Mañana tengo una reunión bastante temprano y aún no he decidido nada.

-Si me lo permite, señor, no creo que sea buena idea aceptar ser el doble de nadie. Sus propios méritos se verán ensombrecidos por una pausa incomprensible en su carrera militar. Además, su participación en los entrenamientos con tanques es imprescindible para entrar en combate según las condiciones que le están proponiendo. Sería mejor terminarlas, aléjese de Rommel por un lado y de Stauffenberg por otro.

-Gracias, pero no me apetece discutir eso ahora.

-Entiendo. Buenas noches, señor.

-Buenas noches, Françoise.


El ayudante se retira y herr Kennen intenta repudiar las cavilaciones que sospecha no le dejarán pegar ojo esa noche. Es inadmisible. No entiende cómo puede una persona a la que no conoce clavarse tanto en el pensamiento, hasta el punto de saber que es una obsesión absurda que no le acarreará más que problemas si no consigue deshacerse de ellos pronto. O mejor dicho, de ella. Pero intuye que no va a ser nada fácil.

Mientras se desviste se promete así mismo organizar sus pensamientos por orden de prioridad, jerarquizando la importancia de los hechos que se le avecinan. Intenta concentrarse en su reunión al día siguiente pero le asaltan los rizos botando y el dragón de su trébol. Una vez encerrado dentro de su bata negra con sus iniciales bordadas en el pecho baja a la cocina para tomarse una infusión relajante. No recuerda donde guarda la cocinera las hierbas que trajo de su última expedición en África así que, para no meter la pata y coger las que no son, toma la mezcla de siempre con melisa, azahar y tila. No le apetece subir con la taza y se la termina allí mientras observa que su secretario ha optado por la misma alternativa. Mientras están acabando se miran uno al otro. Françoise rompe el silencio.

-Tomando infusión..., porque no es vegetariano y le gustan los puros y el tabaco pero el que no le conozca y lo pille de semejante guisa diría que tiene usted bastante afinidad con el Fürher.

-Creo que te consiento demasiado.

-A los que son como yo se nos consiente todo. Mire usted a Hitler.

-Como tú... ¿Cómo eres tú si se puede saber?

-...Vegetariano, por supuesto -en una mueca irónica y muy discreta entre sonrisa y gesto torcido de complicidad. Se despide nuevamente y sale de la cocina.


Erich Kennen se queda solo contemplando la nada en su inmensa cocina repleta de cacerolas, espumaderas, coladores, platos y vasos, olorosas frutas sobre las mesas... Todo atestado de utensilios y comestibles pero en perfecto orden. Se lamenta de no tener tiempo para dedicarle a la cocina con lo que le gusta cocinar e inventar. Sin darse cuenta ha conseguido olvidarse de esa extraña y dejar volar su imaginación en cuestiones banales. Dispone su vuelta al dormitorio seguro de que conciliará el sueño.



6



Amanece un día de obligaciones. Es el cumpleaños de su amiga y debe dar un pequeño homenaje a golpe de tecla para todos los invitados. Esta vez nada de ostentaciones porque será un almuerzo ligero en el inmenso jardín de Deray pero seguro que acuden más personas de las que ella resiste sin dolor de cabeza. Con resignación impagable, aunque con gusto por complacer a su divertida amiga, comienza el día. Un desayuno muy andaluz con pan tostado, aceite de oliva, salazón de bacalao y malta tostada para beber. Podría tener pan caliente todos los días, el panadero está cerca y no existe cartilla de racionamiento que valga para ella pero le parece un derroche no aprovechar el tueste para darle la textura adecuada al pan de dos días. Recoge su estancia, la adecenta y le da ese punto higiénico aceptable que elimina olores favoreciendo el tránsito de bacterias hacia otros lares y sale a la calle para fortalecer las piernas con su habitual caminata por París. Se convence de que después del paseo puede ir directamente a casa de su compañera del alma y ayudarla con los preparativos.

Al llegar a casa de la cumpleañera se encuentra que son varios los que han tenido la misma idea; la originalidad es la genialidad que más puede decepcionar. Está todo a punto y faltan dos horas para que comience el alboroto así que dedican el tiempo de ocio a poner en práctica esos coquetos juegos de mesa que tanto apasionan a la señora Deray Guilabert. Marina se aburre con esos premeditados elementos lúdicos y se retira a observar tras las cristaleras de la casa, a leer y a perderse en sus pensamientos y recuerdos.


El resorte que esta vez ha disparado su disipación mental es imperceptible. Recuerda las Alpujarras granadinas, el barrio del Albaicín desde San Nicolás hasta calle Elvira cerca del Darro, la Alhambra y las historias que Manuel le bosquejaba en contadas ocasiones mientras practicaba con él al piano, cuando todavía era una pequeñuela lejos de la adolescencia.

-Entonces ¿te gustó estar en París, Manuel?

-Mucho.

-¿Y por qué has vuelto?

-Cosas de la vida.

Se hace un silencio verbal, que no musical, en ningún momento ha dejado de funcionar el teclado.

-Me gusta mucho tu pantomima ¿la compusiste en Francia?

-En París, sí. ¿Qué te pasa hoy que no paras de hablar?

-No hablo. Pregunto.

Manuel se queda un poco perplejo por la respuesta y su matiz; no es lo mismo hablar en el sentido que él había querido imprimirle al término que preguntar en el sentido que realmente tiene el hecho. Es curiosidad y necesidad de aprendizaje, no charlatanería innecesaria.

-Pues a la gente no le ha gustado.

-¿Por qué?

-No lo sé.

-Cuéntame la historia.

-¿Quieres concentrarte?

-¿Por qué? ¿Lo hago mal?

-No, lo haces muy bien.

No entiende como puede hacer dos cosas a la vez con tanta destreza, como el que no quiere la cosa, casi sin intención: desconcertarlo con preguntas endiabladas y tocar el piano como si hubiera nacido con uno pegado a los dedos, una extensión vital de su alma y de su cuerpo.

-Cuéntamela, anda.

-Narra la historia de amor de la gitana Candela y Carmelo.  Es un poco trágica...

-Me gusta la parte de la Danza del Fuego Fatuo. Es mi preferida -interrumpe otra vez.

-¿Te la cuento o no? «Esta niña va a hacer que se me caiga el poco pelo que tengo», conjetura.

-Eso. No te irrites que te estás quedando calvo.

El músico la mira perplejo por lo absurda pero a la vez profunda conversación que está manteniendo con la chiquilla.

-Me entran ganas de bailar al compás, como en el teatro hacen las bailarinas -Marina entabla un diálogo consigo misma, sin soltar el hilván de su propios pensamientos, más que mantener una conversación con su profesor.

-¿Ballet? -Falla se queda pensativo mientras siguen la conversación, dos pasos por detrás de ella en las respuestas.

-¿Conociste a mucha gente en París?

-Sí, a mucha, al amigo de tus padres también -decide continuar el juego del diálogo impuesto al son de los caprichos de la niña.

-¿Quién?

-Pablo.

-¿Picasso?

-Sí.

-Me apetece ir a leer con Federico, ¿me puedo ir?

-Sí, te puedes ir.

-Gracias -y le besa la mejilla con la dulzura de la inocencia y el cariño.



7


 A la hora convenida comienza el concierto. El día es soleado y caluroso para la fecha pero, un par de horas después, todos entran en la casa de la señora Guilabert a la vista de que está refrescando a pesar de los toldos y cortavientos, y continúa la festividad del aniversario a buen recaudo.


Marina charla distendida con Deray, apartadas del jaleo general. Uno de los amigos de Deray se acerca acompañado de una mujer muy elegante aunque no demasiado atractiva. De nuevo les presenta a la modista francesa, la señorita Chanel, de la que las malas lenguas dicen que es de cascos ligeros, grandes tragaderas, estómago fuerte y fría mente aventajada para los negocios.

«Otra Escarlata O´hara», recapacita la pianista. Nota como su amiga no siente simpatía por esa mujer. Se da cuenta de la falsedad y la hipocresía que existe en el trato entre todos. Por un lado, la modista francesa mejor avenida de la época, que tuvo que cerrar su boutique de sombreros y diseños de señora muchos meses antes por evidentes cuestiones debidas a la guerra, ahora disfrutando con la mezcla de amantes de ambos bandos. Por otro, las señoras criticando a la mademoiselle en cuestión, eso sí, llenándole los bolsillos con sus compras en el día a día, aún con las restricciones de la guerra.

Deray saluda sin demasiado énfasis y se retira de nuevo para continuar la conversación con la pianista en lo que comienza pareciendo un monólogo.

-Es aceptable que las americanas, ese Hollywood de papel, esas nuevas aristócratas yanquis, que no viven en primera persona la deplorable actitud de la Chanel y sus escarceos amorosos con los nazis, compren sin pudor lo que toca ponerse de moda pero ¿las francesas? Ayer mismo, paseando por una calle cualquiera, una pareja de militares alemanes se jactaba mientras su perro le destrozaba la pierna a una niña..., y le ríen las gracias a la Chanel. Pululan por el mundo pisoteándolo ¿cuándo aprenderán a caminar sobre él? Con esas mentes cuadriculadas tan impenetrables... Siendo militares deberían darse cuenta de que la mente solo funciona si está abierta, como los paracaídas. Este mundo nunca dejará de sorprender a propios y extraños. No es justo.

La Mun no deja de mirarla fijamente, sin expresión alguna que delate su posición a favor o en contra de las palabras de Deray.

-Supongo que existen personas que llevan a rajatabla lo de unirse al enemigo si no pueden con él.

-Pues sí. Mira, me parecen geniales algunos de sus diseños, ese jersey oscuro ajustado con un collar de perlas de varias vueltas, todo muy bonito, elegante, innovador. Realmente très jolie. Muy austera, como la propia esencia de los tiempos que corren. Muy acertada en todos sus diseños y su valentía en plantarle cara a las plumas y sofisticaciones de la Belle Epoque.  Ese corte de pelo a lo garçonne tan ideal y divino de la muerte. Pero ¿de verdad vale la pena el precio a pagar por la fama y el dinero? Espero que no le dé asco de sí misma al hacer ninguna de las cosas que hace porque entonces el mérito no lo veo por ningún sitio, no es más que prostituirse de una forma u otra.

-Que no te gusta, vamos.

-Pues no.

-Non omne quod nitet aurum est.

-En cristiano, s´il vous plaît.

-¿No toco yo para ellos? ¿No voy a sus fiestas y eso que no los soporto? ¿No te prostituyes tú en tu negocio con los alemanes?

-Es distinto, por lo menos no nos acostamos con ellos. «Son negocios, no p

Procesos

                                  

-Pregúntales a 5 personas que conozcas lo siguiente:

“¿Sabes qué habilidades desarrolla la competencia de análisis?;

Escribe la respuesta de esas personas y haz un comentario pequeño de sus respuestas

 

 

Comenta una nueva propuesta para que otras personas se involucren en este proceso. 

 

 

                                       


Recursos

Evaluación

Esperamos te vaya bien en la realización de este test: 

                                         

 

 

PREGUNTAS DE SELECCIÓN MÚLTIPLE CON ÚNICA RESPUESTA. (TIPO I)
Las preguntas de este tipo constan de un enunciado y de cuatro opciones de respuesta, entre las cuales
usted debe escoger la que considere correcta.


RESPONDA LAS PREGUNTAS 1 A 6 DE ACUERDO CON LA SIGUIENTE INFORMACIÓN

Marcel Proust a Genevieve Straus
Jueves, después de dejarte.
Madame:
Amo a mujeres misteriosas, puesto que vos sois una de ellas, y lo he dicho con frecuencia en
Le Banquet, en el que a menudo me habría gustado que usted se reconociese a sí misma. Pero ya
no puedo seguir amándola por completo, y le diré por qué, aunque no sirva de nada, pues bien sabe
usted que uno pasa el tiempo haciendo cosas inútiles o, incluso, perniciosas, sobre todo cuando se
está enamorado, aunque sea poco. Cree que cuando alguien se hace demasiado accesible deja que
se evaporen sus encantos, y yo creo que es verdad. Pero déjeme decirle qué sucede en su caso. Uno
habitualmente la ve con veinte personas, o, mejor dicho, a través de veinte personas, porque el joven
es el más alejado de usted. Pero imaginemos que, después de muchos días, uno consigue verla a
solas. Usted sólo dispone de cinco minutos, e incluso durante esos cinco minutos está pensando en
otra cosa.
Pero eso no es todo. Si alguien le habla a usted de libros, usted lo encuentra pedante; si alguien
le habla de gente, a usted le parece indiscreto (si le cuentan) y curioso (si le preguntan); y si
alguien le habla de usted misma, a usted le parece ridículo. Y así, uno tiene cien oportunidades de no
encontrarla deliciosa, cuando de repente usted realiza algún pequeño gesto que parece indicar una
leve preferencia, y uno vuelve a quedar atrapado. Pero usted no está lo bastante imbuida de esta
verdad (yo no creo que esté imbuida de ninguna verdad): que muchas concesiones deberían dársele
al amor platónico. Una persona que no es en absoluto sentimental se vuelve asombrosamente así,
si se la reduce al amor platónico. Como yo deseo obedecer sus preciosos preceptos que condenan
el mal gusto, no entraré en detalles. Pero píenselo, se lo suplico. Tenga alguna indulgencia hacia el
ardiente amor platónico que usted despierta, si todavía se digna creer y aprobarlo.
Su respetuosamente leal,
Marcel Proust.
Davidson, Chathy N. El libro del amor. Barcelona: Círculo de lectores, S.A., 1.994.
Con la expresión que inicia el segundo párrafo:
"Pero eso no es todo...", el autor de la carta
pretende:

A. negar lo que ha dicho en el párrafo anterior.
B. reafirmar lo dicho hasta ese punto.
C. complementar una información que ha
dado.
D. contradecir lo que ha dicho.



En la expresión: "Uno habitualmente la ve con
veinte personas, o, mejor dicho, a través de
veinte personas...", la parte subrayada tiene
por función
A. introducir una negación.
B. modificar una interpretación.
C. hacer una aclaración.
D. contradecir lo dicho anteriormente.



Entre la expresión: "Jueves, después de dejarte" que aparece al inicio de la carta, y el contenido de
la misma, existe una relación determinada por el hecho de que el autor
A. desea que Genevieve sepa que él le escribe todos los jueves después de dejarla.
B. quiere que Genevieve conozca las impresiones que en él deja luego de que se separan.
C. espera que Genevieve esté informada de las cosas que él hace cuando se separa de ella.
D. anhela que Genevieve entienda la soledad que él siente cuando se aleja de ella.



A juzgar por la manera como Marcel Proust describe a Genevieve Straus, se puede afirmar que él
A. la valora por sus características de mujer de prestigio.
B. no la valora por sus características de mujer de prestigio, sino por su belleza física.
C. no valora ni su belleza física ni sus características de mujer de prestigio.
D. la valora, ante todo, por sus características intelectuales.



La intención central del texto es
A. hacer una solicitud.
B. presentar un reclamo.
C. presentar una disculpa.
D. hacer una crítica.



A partir de la información presentada, se puede
concluir que
A. Genevieve Straus, ha hecho daño de
modo intencional a Marcel Proust.
B. Genevieve Straus no es responsable del sentimiento
de amor que vive Marcel Proust.
C. Marcel Proust y Genevieve Straus son
igualmente responsables del sentimiento
de amor que él experimenta.
D. Marcel Proust se ha hecho daño a sí mismo
debido a su idealismo excesivo.

 

 

 

MATRIZ DE VALORACIÓN "RUBRIC" 

4. Excelente

3. Buena

2. Regular

1. Malo




Notas

.

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*Nota: toda la información que aparece en los Proyectos de Clase y WebQuest del portal educativo Eduteka es creada por los usuarios del portal.

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